Se cumplen 30 años desde que la Unesco amplió el reconocimiento de la Mezquita a todo el conjunto histórico
El 20 de enero de 1973, la revista Triunfo publicó un artículo firmado por Carlos Castilla del Pino. El texto escrito por el reconocido psiquiatra tenía por título una dramática invocación: Apresúrese a ver Córdoba. Una fotografía del palacio del Vizconde de Miranda encabezaba la página. Coches y furgonetas se arremolinaban contra la fachada del vetusto edificio, ya moribundo, del que colgaba un triste cartel: “Venta de pisos, cocheras y locales comerciales”. El artículo de Castilla era, en realidad, un aviso de emergencia. La bella ciudad andaluza, capital de la Bética y de Al Andalus, dueña de uno de los cascos históricos más imponentes de Europa, languidecía víctima de un proceso de demolición acelerada. Al igual que decenas de ciudades españolas, la modernidad estaba asaltando el casco histórico a lomos del derribo de casas solariegas, la invasión de vehículos a motor, la liquidación de los patios de vecinos y el despoblamiento masivo.
Quedaban 11 años para que la Mezquita de Córdoba recibiera el mayor reconocimiento patrimonial del planeta. El 2 de noviembre de 1984, la Unesco la incluyó en el listado del Patrimonio Mundial en base a su excepcionalidad y a constituir un ejemplo único de la arquitectura del islam. Aunque el organismo internacional premió la singularidad de la Mezquita, en su declaración ya apuntaba a la relevancia indiscutible del contexto urbano en que se alzaba. Así lo indicaba el criterio III: “Es el testimonio irreemplazable de la civilización del Califato de Córdoba (929-1031), que hizo de esta ciudad donde se elevaban 300 mezquitas e incontables palacios- la rival de Constantinopla y Bagdad”.
En ese escueto párrafo ya estaba sembrada la semilla de la futura ampliación al casco histórico de la marca Unesco. Diez años después, la 18ª sesión de la Asamblea General de la Unesco, reunida en Phuket el 15 de diciembre de 1994, certificaba la inclusión del Conjunto Histórico de Córdoba en el listado del Patrimonio de la Humanidad con el código 313 bis.
Córdoba dio un salto estratosférico. Del reconocimiento de la Mezquita como monumento universal pasó a la declaración de una parte central del casco antiguo como Valor Excepcional Universal. Pocas ciudades del mundo han alcanzado su prestigio cultural. Casi ninguna cuenta con un perímetro protegido por la Unesco tan extenso, con 80 hectáreas de superficie y una treintena de monumentos en su interior. La nueva declaración patrimonial realizó una relectura de la trama urbana y sus extraordinarios valores. “El Conjunto Histórico de Córdoba”, certificó entonces la Unesco, “refleja miles de años de ocupación por distintos grupos culturales -romanos, visigodos, musulmanes, judíos y cristianos- que dejaron huella”.
El área protegida se circunscribe a la antigua villa romana, casi coincidente con la medina islámica, que limita al este con la calle de la Feria, al sur con el río Guadalquivir y al norte con la zona moderna urbana. La linde occidental integra el Alcázar de los Reyes Cristianos y el barrio de San Basilio. Un perímetro algo diferente del que el Ayuntamiento ya en 1912 había identificado como la “parte tradicional” y en 1929 se incluyó en el catálogo del Tesoro Artístico Nacional.
Si en el tributo de 1984 fueron enaltecidos los rasgos andalusíes de la Mezquita, ahora la organización internacional hacía un reconocimiento extensivo al crisol de culturas que han forjado la identidad híbrida de Córdoba a través de los siglos. El prodigioso monumento es denominado ya oficialmente Mezquita Catedral en atención a su mestizaje interreligioso. Y se apuntan otros valores urbanísticos que años después serían recompensados con una nueva y formidable declaración internacional. “Las casas comunales construidas alrededor de patios interiores (casa-patio) son el mejor ejemplo de casas cordobesas. Son de origen romano con un toque andalusí”.
Pese al creciente deterioro del casco antiguo detectado en las últimas décadas, la Unesco destacó la razonable armonía del trazado urbano. “El Centro Histórico de Córdoba mantiene su integridad material y no existen elementos que lo atenten”. Y añadió: “El paisaje urbano ha mantenido una autenticidad propia. Aún existe un alto nivel de tradiciones y técnicas constructivas, situación y entorno, que se reflejan en la presencia de las zonas urbanas, los edificios históricos, la imagen y el tratamiento de los espacios públicos”.
Ese mismo diciembre de 1994, también fueron reconocidos por la Unesco otros dos bienes andaluces. El Parque Nacional de Doñana ingresaba por primera vez en el listado del Patrimonio de la Humanidad, mientras que la Alhambra de Granada ampliaba su espacio protegido al barrio del Albaicín, en un caso gemelo al de Córdoba. El alcalde, Herminio Trigo, abrazaba la distinción internacional como un “justo premio” a los méritos patrimoniales e históricos de la antigua capital andalusí.
Entre el artículo de Castilla del Pino y la declaración de 1994 no solo habían transcurrido 21 años. También se había producido una profunda transformación política, social y generacional. El casco histórico ya no se percibe como un obstáculo al progreso, sino como un valor digno de protección, con enormes potencialidades culturales, turísticas y económicas. Tres años después se acomete un proyecto decisivo. El Plan Urban Ribera, con una inversión comunitaria de 10 millones de euros, rehabilitó una de las zonas más degradadas del casco histórico, incentivó la economía local y frenó el éxodo. Por primera vez en muchas décadas, se invirtió el signo de los tiempos.
Los albores del tercer milenio alumbraron un horizonte renovado. La reforma de la Plaza de la Corredera, el Plan del Río y el Plan Especial del Casco Histórico, provistos de una inversión millonaria, reanimaron el viejo corazón de Córdoba cuando ya daba signos de agotamiento. En las últimas tres décadas, en paralelo a un preocupante proceso de terciarización, se han rehabilitado decenas de casas en ruina y se ha reactivado un tejido poblacional en clara curva de envejecimiento.
El galardón de la Unesco colocaba a Córdoba en el olimpo cultural del planeta. Pero no únicamente. También le trasladaba responsabilidad y compromiso. Ya lo había admitido Herminio Trigo aquel memorable 15 de diciembre de 1994: “La declaración nos obliga a una mayor vigilancia y cuidado en el mantenimiento del Conjunto Histórico”. En parte, el objetivo se ha conseguido. La agonía que el casco antiguo sufría en los setenta se logró detener y hasta revertir. La marca Unesco le concedió prestigio internacional y una afluencia creciente de turismo, que, a la postre, se ha convertido paradójicamente en un arma de doble filo.
El turismo ha revitalizado económicamente una zona que hace apenas cuarenta años se había hundido en un agujero negro. De eso no cabe duda. Pero, a la vez, ha inducido nuevas amenazas no previstas entonces. O no, al menos, con la intensidad y la naturaleza con que hoy se muestran. Veamos los datos. En 1980, Córdoba alojó a 322.000 viajeros en hoteles. Veinte años después, en 2000, esa cifra se multiplicó hasta las 866.000 personas. Y en 2023, ya se superaron los 1,1 millones.
La explosión del turismo es evidente. Las plazas hoteleras se han disparado en las últimas cuatro décadas de forma exponencial. En 1991, un año antes de la puesta en marcha del AVE, Córdoba ofrecía 2.471 plazas de hotel. Solo nueve años después, la ciudad registraba ya 4.791. Hoy se rozan las 7.500, sin contar el fenómeno imparable de los pisos turísticos.
El efecto ambivalente del turismo es indiscutible. “Antes había muchos edificios vacíos y un estado de abandono. Gracias al turismo, ese proceso se ha frenado”, admite la arquitecta municipal Rosa Lara y una de las máximas conocedoras del expediente Unesco. Por contra, el Conjunto Histórico ha experimentado un acusado fenómeno de gentrificación, terciarización y proceso especulativo, que está provocando una “distorsión en el uso de la vivienda” y anima un “círculo perverso”, que ya es un denominador común en decenas de ciudades patrimoniales de España, Europa y el mundo.
Todo este episodio desencadena un nuevo éxodo demográfico del casco, ahora debido a causas bien diferentes de las registradas en los años setenta. Para combatirlo, los expertos recomiendan “más intervencionismo público”. Esa es la opinión también de Rosa Lara, que sugiere actuaciones municipales que “reequilibren” los usos del Conjunto Histórico. La marca Córdoba atrae a fondos de inversión que, de manera lenta pero imparable, acaparan viviendas y locales comerciales para explotarlos económicamente.
No obstante, la declaración Unesco no peligra. Existe una evidente preocupación de los expertos de la organización internacional, extensible a buena parte de las ciudades Patrimonio de la Humanidad, y para ello se diseñan planes de gestión como el que desarrolla Córdoba en los últimos meses. Lo que se busca es armonizar los intereses en juego (turísticos, económicos y sociales) para que los usos sean compatibles y el centro histórico no se convierta en un mero decorado vacío de vida.
El desafío no es menor. Córdoba ha logrado hacerse un hueco en el olimpo planetario de la Unesco. Es titular de una historia fascinante, plagada de acontecimientos singulares que han marcado el devenir del Mediterráneo. Su monumental casco antiguo da buena cuenta de ello. Ahora solo necesita ajustar los equilibrios adecuados para evitar que una herencia privilegiada no se acabe convirtiendo en un contratiempo inesperado.
Aristóteles Moreno
Patrimonio Mundial de la UNESCO
Casco Histórico de Córdoba