40 años en el olimpo de la cultura mundial
En 1984 el universal oratorio cordobés se unió a la élite planetaria de los monumentos excepcionales reconocidos por la Unesco
El 2 de noviembre de 1984, la Mezquita de Córdoba recibió el más importante reconocimiento patrimonial del planeta. La Unesco acababa de incluir el espléndido monumento omeya en el listado del Patrimonio Mundial junto a los tesoros artísticos más prodigiosos del mundo. Hasta ese momento, apenas tres centenares de edificios y enclaves naturales habían sido distinguidos por la prestigiosa organización internacional. Y la 8ª Asamblea General del Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco, que se celebraba en Buenos Aires, incluyó a otros 23 monumentos en su apreciado catálogo cultural.
Cinco de esas nuevas maravillas incorporadas al listado eran españolas: la Alhambra, la Catedral de Burgos, el Escorial, el Parque Güel y la Mezquita de Córdoba, que fue consignada con el número de identificación 313. En el inventario oficial, aparece por su nombre en inglés: The Mosque of Córdoba. La Unesco argumentó su propuesta sobre cuatro criterios históricos y culturales. “Es una realización artística única, por su amplitud y por la audacia de una elevación interior que no ha tenido escuela”, explicaba el primer criterio.
Los tres principios restantes subrayaban los valores excepcionales de la arquitectura islámica desplegada en el mayor templo musulmán construido hasta entonces en suelo europeo. “La Mezquita de Córdoba ha ejercido una influencia considerable sobre el arte islámico occidental a partir del siglo VIII” y constituye un “testimonio irreemplazable de la civilización del Califato de Córdoba (929-1031) que hizo de esta ciudad la rival de Constantinopla y Bagdad”. El último criterio empleado por la Unesco para defender la candidatura de la Mezquita de Córdoba era escueto y contundente: “Es uno de los tipos ejemplares de la arquitectura religiosa del islam”.
Hasta ahí los cuatro criterios esgrimidos. El texto oficial adjuntaba además una justificación de apenas cinco párrafos. La encabezaba el histórico episodio que enfrentó en el siglo XVI al obispo de Córdoba con el Ayuntamiento de la ciudad a cuenta de una excéntrica iniciativa que iba a transformar radicalmente el magnífico edificio andalusí: la construcción en su interior de una Catedral católica. Comenzaba así: “En 1523, cuando el Cabildo decidió construir una Catedral directamente en medio del bosque de columnas de la vieja Mezquita Aljama, el Ayuntamiento se alarmó y protestó ante Carlos V con estas palabras: ‘Lo que se quiere destruir nunca jamás será reemplazado por nada que se aproxime en perfección’”.
El resto de la historia es conocida. El corregidor Luis de la Cerda publicó un decreto prohibiendo a cualquier albañil u operario tocar una piedra de la Mezquita de Córdoba bajo pena de muerte. Al día siguiente, el prelado excomulgó al alcalde de la ciudad y desató uno de los litigios institucionales más estrambóticos de la historia de España. El rey acabó otorgando al obispo el permiso para la edificación de un crucero mayúsculo en el corazón de la Mezquita y Alonso Manrique desfiguró para siempre el soberbio oratorio islámico. Años después, cuando Carlos V contempló los estragos producidos en el monumento, pronunció aquellas célebres palabras que la leyenda le atribuye: “Habéis destruido lo que era único en el mundo para poner en su lugar lo que se puede ver en todas partes”.
En perspectiva histórica, se trató de uno de los primeros pleitos de renombre cuyo trasfondo era el proteccionismo patrimonial de una joya arquitectónica. Aquella batalla se perdió. No cabe duda. Pero el tiempo ha terminado consagrando uno de los más sorprendentes ejemplos de sincretismo cultural y religioso del planeta. Y eso no es poca cosa en un mundo necesitado de símbolos de convivencia intercultural. Desde esa óptica, la Mezquita Catedral de Córdoba es un icono paradigmático.
Noviembre de 1984 fue la meta de un largo camino. La historia del reconocimiento internacional de la Mezquita de Córdoba comenzó doce años antes. Y además de una forma paradójica. Así que volvamos al año 1972. España vivía los estertores del franquismo y el Ayuntamiento de Córdoba se encontraba regido por Antonio Alarcón Constant, el último alcalde de la dictadura antes de que Julio Anguita, ya en 1979, inaugurara la democracia municipal.
El 17 de mayo de 1972, Antonio Alarcón convoca un pleno municipal. Y ante el máximo órgano de la ciudad efectúa un anuncio inesperado. “Dadas las características de nuestra Mezquita”, afirma Alarcón, según recogen las actas consistoriales, “el alcalde que suscribe tiene el honor de proponer que se acuerde elevar petición” a la Unesco como candidata a Monumento Internacional. El regidor había tenido noticias de que la Unesco preparaba una distinción mundial para aquellos edificios emblemáticos o tesoros naturales de excepcional valor universal. Y la Mezquita de Córdoba merecía todos los reconocimientos.
Ese mismo día designó una comisión especial que confeccionara un informe para acreditar la singularidad de esta “joya única del arte árabe” y “edificio más trascendental de todos los españoles”. Alarcón estaba convencido de que el gran oratorio omeya del siglo VIII reunía sobradamente todas las características necesarias para aspirar al máximo galardón planetario. Pero no solo. El movimiento del alcalde escondía otro objetivo que pronto saldría a la luz.
El 31 de julio de 1972, Antonio Alarcón convoca un nuevo pleno municipal. Toma la palabra. Y dice lo siguiente: “La excelentísima Corporación municipal ha mantenido a través de la historia y con respecto a la Mezquita como singular monumento arquitectónico del mundo, una postura contraria a aquellas obras que intentaban atentar contra la integridad del monumento artístico”. Silencio sepulcral en el Consistorio. ¿Qué diablos quiere decir el señor alcalde? ¿A qué obras atentatorias se refiere? No había que ser muy perspicaz para tirar del hilo. Antonio Alarcón está hablando de la construcción de la Catedral en el eje de la Mezquita nada menos que 450 años antes. Y conecta al Ayuntamiento con la oposición frontal que el corregidor Luis de la Cerda presentó a aquella controvertida iniciativa episcopal.
Pero las palabras del regidor son solo una breve introducción para la bomba que está a punto de soltar. En octubre de 1972, anuncia Alarcón, el Ayuntamiento de Córdoba va a organizar una reunión del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS), la entidad asesora de la Unesco. ¿Para qué? Lo explica el propio alcalde. “Al objeto de llevar a cabo sobre el terreno todos los estudios encaminados a la conservación en toda su pureza de la Mezquita como Monumento Internacional”, declaró. Pocos en el pleno entendían qué quería decir exactamente el regidor. Sus palabras escondían encriptadas un proyecto inaudito que el Ayuntamiento estaba dispuesto a liderar. ¿Qué proyecto? Alarcón siguió hablando. Y desveló la disposición de algunos jefes de Gobierno árabes para ayudar a que la Mezquita de Córdoba “vuelva en lo posible a su primitivo estado”.
El acta de aquella sesión es historia de Córdoba. Y descansa en el Archivo Municipal de la ciudad. Antonio Alarcón acababa de anunciar la ejecución de una estratosférica operación de cirugía arquitectónica solo comparable al traslado del templo de Abu Simbel en el alto Egipto cuatro años antes para salvarlo de la presa de Asuán. La idea era extraer piedra por piedra la Catedral que el obispo Alonso Martínez ordenó levantar para restituir la Mezquita de Córdoba a su “pureza”. Y el mismísimo Franco estaba puntualmente informado del asunto.
El alcalde Alarcón no estaba solo. Ni siquiera era su precursor. El sorprendente proyecto había sido alumbrado por el célebre arquitecto Rafael de la Hoz Arderius, a la sazón director general de la Vivienda del último Gobierno franquista. Y la candidatura de la Mezquita de Córdoba al máximo reconocimiento mundial de la Unesco formaba parte de un plan que incluía también el desacople de la Catedral del conjunto monumental. De la Hoz y Antonio Alarcón pensaban que el organismo internacional iba a validar su faraónico proyecto de depuración arquitectónica.
Pero sus cálculos fallaron. Y el plan no tardaría en venirse abajo como un castillo de naipes. De la Hoz contaba con importantes resortes en el seno de la administración pública. Pero no con todos. La Real Academia de Bellas Artes frenó en seco la iniciativa. La reunión de Icomos se suspendió y fue aplazada a abril de 1973. Para entonces, el proyecto de “purificación” de la Mezquita ya se había diluido como un azucarillo en el café.
A finales de abril, expertos internacionales convocados por Icomos firmaron la que se conocería como Declaración de Córdoba. El documento fue presentado con toda solemnidad en la capilla de Santa Teresa de la Mezquita Catedral bajo la presidencia tripartita del organismo asesor de la Unesco, el Ayuntamiento y el Obispado. Todo había cambiado. El texto pactado no dejaba lugar a dudas. “Gracias a un admirable logro formal, que hace de ella una obra maestra universalmente admirada, la Mezquita Catedral de Córdoba, en la que se contiene de forma excepcional la expresión del encuentro y superposición de la Cristiandad y el Islam, responde tan perfectamente a las características del monumento perteneciente a distintas culturas, que la misma debe ser considerada como uno de los ejemplos internacionales más significativos y como parte integrante del patrimonio cultural de la Humanidad”.
Lejos de considerar el añadido católico del siglo XVI como un elemento discordante e incompatible con el conjunto, los firmantes de la Declaración de Córdoba lo saludan como un símbolo del abrazo universal de culturas. Y lo que es mejor: respaldan sin ambages su candidatura al galardón que está a punto de inaugurarse. Ya no hay duda. La Catedral seguiría siendo la hermana siamesa de la Mezquita, unidas ambas en un solo cuerpo de arquitectura híbrida. Once años después, el conjunto monumental quedaría inscrito en el codiciado listado del Patrimonio Mundial de la Unesco.
Desde entonces, su prestigio internacional no ha hecho sino crecer. La fuerza de atracción de la Mezquita Catedral aumenta cada año en todo el mundo. En 1984, el monumento apenas era visitado por unos cuantos miles de turistas. Cuarenta años después, el soberbio templo andalusí ha superado ya los 2 millones de visitantes anuales y se acerca a los registros de la Alhambra. El año 2019 las dos joyas andalusíes marcaron su récord histórico. Mientras que la Mezquita Catedral alcanzó los 2,1 millones de turistas, la Alhambra superó los 2,7 millones. La pandemia detuvo bruscamente el imparable ascenso del turismo cultural en los dos principales monumentos andaluces. Pero cuatro años después, cuando se cumplen cuatro décadas del ingreso en el catálogo universal de la Unesco, los dos iconos islámicos están recobrando el vigor y la fortaleza.
Aristóteles Moreno
Mezquita-Catedral de Córdoba
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